“Enfrentaremos el sufrimiento con la fuerza del alma”. Con estas palabras, Martin Luther King Jr. invocaba el amor y la paz en los momentos más oscuros de su lucha por los derechos civiles. ¿A qué se refería? A la capacidad de actuar con firmeza, pero sin agresión. Al coraje necesario para sobreponerse a las pérdidas, los miedos y los obstáculos sin sentir odio. A la energía vital que emana del amor y no del resentimiento.
Ilustración: j.a.ovalles_art
La fuerza del alma viene de la compasión y el reconocimiento de nuestras vulnerabilidades, y se expande hacia todas las personas sin diferencias ni separación. “La no-violencia requiere de mayor coraje que la violencia”, decía Gandhi con frecuencia. Activar la fuerza del alma nos pide luchar contra las injusticias desde un corazón en paz y despierto. Luchar para no evadir el conflicto y resolverlo a través del diálogo, defendiendo lo correcto sin rabia, en beneficio de todos, porque a final de cuentas estamos interconectados.
¿Te suena a poesía rosa en tiempos color de hormiga? Cuando observamos historias de abusos, vejaciones y represión es muy difícil que no estalle la rabia. Los griegos decían que la rabia era un sentimiento noble porque motivaba a la acción. Pero esa acción es más poderosa cuando está enraizada en la paz, porque la rabia y el odio solo alimentan una espiral de dolor que arrastra mayores sufrimientos.
A mediados de los años 70, y tras una cruenta guerra civil, Camboya vivió uno de los más espantosos genocidios. Centenas de miles de personas perecieron en los campos de la muerte. Aquella fue una operación siniestra orquestada por el gobierno del Khmer Rouge. En ese tiempo, Maha Ghosananda era un monje budista camboyano que estudiaba en un monasterio tailandés. Su familia y amigos murieron junto a miles de estudiantes, maestros, profesionales y religiosos. De los sesenta mil monjes budistas en Camboya antes del Khmer Rouge, apenas tres mil sobrevivieron al régimen. Ghosananda comprendió que su misión de vida era lograr la reconstrucción de su país.
Sin miedo y armado con la fuerza del alma, Ghosananda marchó de pueblo en pueblo, muchas veces en zonas aún en conflicto, cantando “el odio nunca puede ser apaciguado con odio. El odio solo puede ser apaciguado con amor”. Los camboyanos que habían sido testigos de la muerte de sus seres queridos se le fueron sumando. La reconciliación de Camboya, compleja y dolorosa, consiguió en este monje, nominado en varias oportunidades al Nobel de la Paz, un agente de cambio y transformación.
Quizás a estas alturas estés pensando: “ni soy monje ni esa historia es la que vivimos acá”. Olvídate del hábito (que no hace al monje) para observar los conflictos que suceden cerca y lejos. ¿Qué vas a hacer ante todo esto?
En esos momentos la fuerza del alma nos permite defender los valores más elevados, y podemos hacerlo con el coraje necesario para despertar conciencias con los argumentos de la razón y la conexión del corazón. Así se hace evidente que compartimos un presente, y que son muchas más las cosas que nos unen que aquellas que nos separan.
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