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Tu cerebro bien conectado

Las emociones son contagiosas. Si vemos que alguien siente alegría, algo de ella aparece en nosotros. Lo mismo sucede con el miedo o la rabia, y detrás de esa emoción viene un pensamiento y una disposición a la acción. Es natural: nuestro cerebro está configurado para detectar las emociones humanas, y actuar en consecuencia. Podemos decir que después del diálogo interno y las historias que nos contamos a nosotros mismos, nada modifica tanto nuestras vidas como la interacción con otras personas.



Ilustración @j.a.ovalles_art


Ejemplos sobran. Jefes irascibles, parejas amargadas, padres amorosos. Seguro tienes para escoger. Y si bien la manera como actúan tiene un impacto directo en ti, también sus emociones tienen la capacidad de alterarte el ánimo.

Ya es común hablar de empatía para referirnos a la capacidad de sentir las emociones de otros. Y hoy en día los neurocientíficos hablan de la “resonancia empática” para describir la conexión de cerebro a cerebro que establecen dos personas a través de los circuitos primarios que manejan esas emociones. Porque la empatía no es solo un fenómeno psicológico, sino también mental: nuestras neuronas y centros nerviosos están diseñados para captarlas y adecuarse a ellas.

¿Sabes por qué nos sentimos bien con otra persona? No es simplemente porque sea buena o nos encante como habla, sino porque logramos conectar emocionalmente con ella, y llegamos a un nivel donde es posible que ambos seamos más felices, creativos o eficientes a la hora de tomar decisiones. Daniel Goleman explica en su libro Inteligencia Social cómo estos niveles de compenetración (rapport) logran entonarnos hasta un punto en que nuestros ritmos cardíaco y respiratorio parecieran bailar un tango.

“En el momento que dos personas se conectan, sus cerebros envían y reciben un caudal de señales que le permiten crear una armonía tácita —escribe Goleman—, y si todo fluye de manera correcta, la resonancia se amplifica. Conectar permite que los sentimientos, los pensamientos y las acciones se sincronicen”. Todo esto gracias a las neuronas espejo, cuya función es imitar los actos que vemos en otros, y también leer sus intenciones y sentimientos.

El lado bueno de todo esto es que nos resulta naturalmente biológico contagiarnos del amor de los demás. Pero lo mismo sucede con el odio. Y es que la misma disposición que tenemos para conectar también permite que seamos capturados por el sistema nervioso de otros. Nuestras mentes no son independientes y aisladas, sino, como dice Goleman, son permeables, continuamente interactuando como si estuviesen enlazadas por un vínculo invisible que se establece a nivel inconsciente. De esta manera, cocreamos nuestra vida en una suerte de matrix con otras personas.


¿Puedes ver a dónde nos lleva esto? En una primera instancia, a que hay gente que nos cae como un bálsamo y otra nos resulta realmente tóxica. Pero como no podemos aislarnos, y en ocasiones tenemos la necesidad de compartir con ellas, vale la pena recordar que no tenemos por qué ser prisioneros de nuestras emociones. Pues si bien estos circuitos están profundamente integrados a nuestro cerebro, no son los únicos. Y para ello existe la conciencia, capaz de regular las emociones, y escoger la mejor respuesta para navegar las interacciones personales. Conéctate bien.


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