—Yo sería incapaz de estar diez días sin decir una palabra —me comentó un amigo tras escuchar mi experiencia en un retiro de meditación Vipassana.
—Estar días sin hablar no es lo más relevante —le dije—, lo más difícil y transformador es lo que ocurre en el silencio.
Él se me quedó mirando por unos segundos. Creo que no veía la diferencia.
—No lo sé. Son muchos días sin televisión— comentó finalmente.
—Sin duda— le respondí. Pensé en hablarle sobre las películas que corren en nuestra mente sin cesar, pero imaginé que esa no era su programación favorita.
A mi amigo, como a tanta gente, le espanta el silencio. Y lo entiendo. Está acostumbrado a distraerse para no estar consigo mismo. Es un encuentro que teme o no sabe muy bien cómo llevarlo.
Una de las cosas más difíciles y maravillosas que he hecho es un retiro de Vipassana. En resumen el asunto es así: pasas diez días meditando, casi todos en silencio, y si bien puedes conversar con tu instructor en ciertas ocasiones, no lo debes hacer con los otros asistentes. La técnica se centra en observar la respiración, las sensaciones corporales y el comportamiento de la mente. Si te parece que esta es una manera aburridísima de gastar tus vacaciones, quizás estás precipitando tus conclusiones. La verdad es que se trata de una excelente inversión de tiempo y energía.
La experiencia de sumergirse en el silencio es individual e intransferible. Acá cobra sentido la frase “cada cabeza es un mundo”. En el fondo el resultado es similar para todos: desligados de los estímulos externos y enfrentados a nosotros mismos afloran sapos y diamantes. Vemos con más claridad lo mejor y peor de nosotros mismos. Sobre todo, cuando no hacemos nada sino estar allí, descubrimos (con cierto esfuerzo) que no estamos acostumbrados a estar quietos y en el momento presente. Así nos perdemos una excelente oportunidad de vivir con calma y auténtica felicidad.
Habrá a quien esto le parezca una pendejada, y podría tener razón… hasta que lo experimenta.
“Perseguimos la felicidad de tal modo que se encuentra cada vez más lejos”, escribe Borja Vilaseca en su columna para El País Semanal para señalar cómo la hiperactividad, la gula y el ruido mental desequilibran nuestras vidas. “Estas tres tendencias ponen de manifiesto una carencia de silencio. Se trata de una cualidad que se desarrolla cuando estamos a solas y sin distracciones ni estímulos, cultivando la capacidad de ser y estar con nosotros mismos. Solo entonces comprendemos que la verdadera felicidad no tiene ninguna causa externa”.
Apreciar el silencio es una forma de ser verdaderamente felices. Y para desarrollar esta capacidad no hacen falta diez días de retiro. Basta con unos minutos al día, sin smartphone o reggaetón. Un momento de calma para experimentar el ahora y conectar hacia adentro. Una pausa para observar, ganar fuerzas y seguir adelante.
Para cerrar, te dejo estas líneas que Julio Bevione compartió en Inspirulina sobre el silencio: “cuando lo hago, no siempre encuentro respuestas a todo lo que me preocupa, pero al menos dejo de necesitarlas. Y aparece una certeza que no tenía, sin que haya hecho racionalmente nada para alcanzarla. En ese momento, la mente no me muestra nada más que lo que mis ojos ven. No especula con el pasado ni el presente. Disfruta lo que hay”.
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