La búsqueda de la felicidad es un denominador común entre nosotros los humanos. Cada quien podrá tener su idea de lo que esta signifique, pero en el fondo ese anhelo está allí, esperando el momento cuando nos demos cuenta de qué es importante.
Hace un tiempo fui invitado a dar una charla a los estudiantes del postgrado de diseño interior de la Academia Domus en Milán. Patricia Urquiola, mentora del programa y una de las diseñadoras más importantes de la escena actual, me sugirió que les hablara de algo que ampliara sus horizontes.
Decidí hablarles de la importancia de cultivar un propósito de vida y construir una existencia feliz, temas en apariencia inconexos con sus estudios académicos, por no decir que lejanos a la experiencia de tener menos de treinta años, y vivir como estudiante internacional en Milán.
En el grupo había gente de todas partes: brasileños, turcas, taiwaneses, mejicanas, italianos, colombianos y japonesas, entre otros. El inglés fue el idioma que nos sirvió de puente. Por las miradas y los comentarios que recibí esa tarde, comprobé que sin importar la procedencia o la historia personal, hay asuntos que interesan a toda persona con un corazón que palpite. Llevar una vida con significado, balance y plenitud es uno de ellos. O como me comentó una chica milanesa al finalizar: “cada vez más me doy cuenta de que no puedo vivir a toda velocidad sin tomarse un tiempo para mí misma”.
En las últimas décadas se han multiplicado los estudios sobre la felicidad. Desde la neurociencia hasta la psicología se busca entender lo que significa, los caminos para alcanzarla y cómo mantenerla. De allí surgen teorías, fórmulas mágicas y manuales de autoayuda. Al final, todo se resume en una experiencia de paz y profunda satisfacción con nuestro presente más allá de las circunstancias y los inevitables altibajos de la vida. Algo que termina siendo muy simple, pero que complicamos de muchas formas, entre otras razones, porque no solemos darle prioridad e importancia a su cultivo. Dicho de otro modo, nos distraemos persiguiendo muchas cosas que prometen traernos la felicidad, y olvidamos buscarla en nuestro propio corazón.
¿Por dónde comenzar? A los chicos de Domus les sugerí cinco caminos para explorar: cultivar un propósito de vida más que trabajar por trabajar. Recordar que no solo en diseño “menos es más” si realmente queremos aligerar las cargas. Aprender a vivir en el presente, y así no perdernos en remordimientos o ansiedades. Abrir espacios para el silencio que nos permitan conectar mejor con nosotros mismos. Y finalmente entender que la felicidad no significa una alegría perenne o una euforia sin final. La verdad, más que una emoción o un sentimiento pasajero, la felicidad es algo así como una energía de fondo que colorea nuestra experiencia para llenarnos de contentura.
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